Moreno el dormido...
Quisiera saber
quién le dio, en las
venas,
su color de nuez.
Quizás el terrón
de oscuro poder
o el búho nahual,
por indio, tan fiel.
Mirando, mirando,
-¡Ay, lo que miré!-
selvas y volcanes,
maíz y maguey...
Buscando, buscando,
-¡Ay, lo que busqué!-
torcanes que huyen,
sangre de los pies.
Sonríe el dormido...
Yo creo que ve
los templos perdidos
de gente de ayer.
Tejedores de antes
-uno, dos y tres-,
bordan faisanes,
las grecas también;
y van los caminos
de Izalco a Petén,
entre mariposas
y verdes sin ley.
Suspira el dormido...
No quiere volver
a tierras en donde
sufre lo que fue.
Caracol antiguo
guarda para él
la playa lejana
del amanecer.
Las flores del Shilo
ya no son de miel,
la punta de jade
se ha quebrado en
tres.
Pueblos fugitivos
tienen que correr
y van, tras su huella
cascos en tropel.
Despierta el
dormido...
No sabe por qué
le duelen los valles,
le duele la sien.
Memorias confusas,
una y otras vez,
recogen su sueño
en amarga red.
Entre miedos largos
no sabe qué hacer,
y se vuelve el niño
de muda niñez.
CLAUDIA LARS
CLAUDIA LARS
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