Hace al menos 20.000 años humanos modernos procedentes de Asia oriental cruzaron por el estrecho de Bering, un puente de tierra que entonces unía Eurasia con Alaska, y arribaron al continente americano, un territorio totalmente inhóspito, cubierto por glaciares de varios kilómetros de altura que durante miles de años les impidieron continuar hacia el sur.
Cuando lograron atravesarlos, quizás a través de algún corredor libre de hielo, quizás por la costa, se encontraron con un nuevo paisaje, con nuevos recursos más abundantes y mejor clima, y desde ahí se expandieron por las Américas a una velocidad sorprendente: los restos más antiguos hallados de ocupación humana, en Monte Verde, en la Patagonia chilena, confirman que ya estaban allí hace por lo menos 14.400 años.
Cuáles fueron sus movimientos a medida que avanzaban por el continente y cómo interactuaron unos grupos con otros durante los milenios posteriores sigue siendo un rompecabezas. Y es que si bien tradicionalmente se había considerado que América sería, desde el punto de vista de genética de poblaciones, el continente más sencillo de entender por ser el más reciente, lo cierto es que la escasez de fósiles antiguos hacen que todavía haya numerosas incógnitas.
En este sentido, esta semana se publican tres estudios liderados por equipos de internacionales distintos que arrojan luz ‘genómica’ a cómo fue el poblamiento de este continente y despejan algunas incógnitas sobre los pasos de esos primeros pobladores.
En el primero de los estudios, recogido en Science, investigadores daneses han analizado 15 genomas antiguos – seis de los cuales tienen más de 10.000 años de antigüedad y corresponden a algunas de las momias naturales más antiguas conservadas- hallados en restos distribuidos desde Alaska hasta la Patagonia. Sus resultados muestran que las primeras poblaciones americanas se expandieron sumamente rápido, algo que se sospechaba por los restos arqueológicos hallados pero que no se había podido confirmar. Y lo hicieron, además, de forma muy desigual, lo que contradice la teoría aceptada hasta el momento más clásica del poblamiento de América.
“La velocidad con la que cubrían distancias enormes implica que esos primeros pobladores eran muy habilidosos moviéndose rápido por un terreno sin competencia y desconocido”, explica a Big Vang el genetista Víctor Moreno Mayar, del Museo de Historia Natural danés. “Eran grupos de cazadores-recolectores no muy grandes, cuyo modo de subsistencia implicaba cubrir la mayor cantidad de terreno en el menor tiempo”, añade.
Según estos investigadores, una vez que los primeros pobladores procedentes de Beringia llegaron al sur del hielo, de ese único linaje surgieron el resto de grupos, que se expandieron hacia Mesoamérica y América del sur. Han visto que esa ola migratoria no se produjo solo en un único sentido ni tampoco una sola vez. Y, además, apunta Moreno-Mayar, han observado que esos primeros nativos americanos volvieron a migrar hace unos 8000 años, aunque esta vez salieron de América central y se dispersaron hacia el norte y el sur. Sus pasos están grabados en e ADN de las poblaciones indígenas actuales de las que se dispone de su genoma.
“La velocidad con la que cubrían distancias enormes implica que esos primeros pobladores eran muy habilidosos moviéndose rápido por un terreno sin competencia y desconocido”
“Los genomas más antiguos del estudio también nos sirven de base para identificar una segunda oleada de ancestralidad genética, que llegó de Mesoamérica en milenios recientes. Esos pueblos mesoamericanos se mezclaron con los descendientes de los primeros americanos del sur y dieron lugar a la mayoría de los grupos contemporáneos de la región”, afirma Moreno-Mayar.
La misteriosa población fantasma
Uno de los resultados quizás más fascinantes de este estudio es que los investigadores han identificado en cráneos fósiles del yacimiento de Lagoa Santa, en Brasil, la presencia de una misteriosa población de hace 11700 años de antigüedad que contiene en su ADN restos de ancestralidad de Australasia. Estas trazas solo están presentes en dos grupos humanos del Amazonas en Brasil. Pero, sorprendentemente, no hay rastro de ellos en las poblaciones de América del norte, lo que abre numerosos interrogantes.
¿Quiénes eran estos misteriosos pobladores que compartían parentescon con los habitantes de Papúa Nueva Guinea y las Islas Andaman? Fueron descubiertos -o al menos su huella genética- en 2015 por David Reich, genetista de la Escuela de Medicina de Harvard, y autor de uno de los trabajos que se publican esta semana sobre el poblamiento de América. Auque, sin embargo, y paradójicamente, Reich en su nuevo estudio no encuentra esta señal en los restos que analiza y apunta que tal vez en su anterior estudio cometió algún error.
“Es una población fantasma. Quizás los pobladores procedentes de Australasia llegaron a Brasil antes que el resto de nativos americanos. Ahora bien, ¿por qué solo se encuentra su señal en Brasil? ¿Por qué no dejaron rastro de su presencia en ningún otro lugar? O quizás, aunque es una idea loca, vinieron del Pacífico, aunque cuesta explicar que desde la costa pacífica atravesaron los Andes para ir a parar al Amazonas brasileño. Cualquier explicación que busquemos es cuanto poco rara”, plantea Moreno-Mayar, quien asegura que “acabaremos por resolver este misterio, sin duda”.
Esta ancestralidad está presente hoy en día solo en aborígenes de Papúa Nueva Guinea y las Islas Andaman, y también en dos tribus actuales del Amazonas, que tienen entre un 2 y un 3% de ADN de esa misteriosa población. “Probablemente, esta ancestralidad estaba presente en muchos individuos que habitaban Sudamérica durante el poblamiento temprano, antes de 8000 años atrás. Nosotros encontramos que después de 8000 años, otro tipo de ancestralidad procedente de Mesoamérica diluyó la australoasiática”, apunta este genetista del Museo de historia natural danés.
“Es realmente un misterio. Está claro que tras esta población, muy localizada en el Amazonas, vienen más migraciones posteriores que la diluyen, por lo que los restos de hace 7000 años ya no tienen la señal”, valora Carles Lalueza-Fox, paleogenetista del Institut de Biologia Evolutiva (CSIC-UPF), que no ha participado en este estudio.
“Solo un par de poblaciones del Amazona la tienen. Pero para llegar al Amazonas, tuvieron que arribar a través del estrecho de Bering y cruzar todo el continente. Y sin embargo, no se ha encontrado la señal en América del norte. El hecho de que la ancestralidad esté compartida con poblaciones oceánicas o australásicas parece indicar que es una migración muy antigua”, considera Lalueza-Fox.
Un éxodo en forma de estrella
El segundo de los estudios, coliderado por el genetista de Harvard David Reich y el arqueogenetista del Instituto Max Planck Cosimo Posth, y publicado en Cell, se centra en tratar dilucidar qué ocurre en América central y del sur. Para ello analizan 49 individuos que abarcan 10.000 años de antigüedad, hallados en yacimientos en Belice, la región andina central y al sur de América del sur. Concluyen que la mayoría de ancestros de América Central y del Sur llegan al menos en tres oleadas de pobladores procedentes de Norteamérica que, a su vez, descienden de un único linaje de migrantes que cruzaron el Estrecho de Bering hace 15000 años. Además, concluyen que en los milenios siguientes se produjeron otras dos migraciones de norte a sur.
“Nuestro conjunto de datos revela un origen común de los americanos del norte, centro y del sur, así como dos intercambios genéticos antes desconocidos entre el norte y el sur de América”, afirma en un comunicado de prensa David Reich. Cosimo Posth, coautor del trabajo, añade en una entrevista a Big Vang que casi todas esas poblaciones surgen “de una radiación en forma de estrella del primer linaje en al menos tres ramas distintas”.
“Casi todas las poblaciones del centro y del sur de América vinieron de la misma población de origen, que ya se había diversificado antes de expandirse por América del sur”, remacha.
El trabajo también aporta nueva información acerca de la cultura Clovis, que se distribuyó sobre todo por América del Norte hace unos 13.000 años. Hay pruebas arqueológicas que señalan que no arribaron a América del sur. Sin embargo el análisis de genomas antiguos demuestra lo contrario, que sí se expandieron hacia tierras australes y dejaron descendientes. “Más sorprendente aún que este descubrimiento, es cómo esa ancestralidad de los Clovis luego se diluye, aunque no sabemos por qué, hace unos 9000 años”, señala Posth.
La clave, la patata andina
El último de los trabajos, recogido en Science Advances, se centra en la prehistoria genética de los Andes. Los investigadores analizan cómo las primeras poblaciones se adaptan a las condiciones de extrema dureza de las elevadas altitudes de la cordillera andina. También analizan qué ocurre cuando esas poblaciones se encuentran con los conquistadores españoles.
Existen pruebas arqueológicas que señalan que la primera ocupación humana de los Andes comenzó hace 12.000 años. El investigador John Lindo, de la Universidad de Emory, ha liderado este estudio en que se han recopilado genomas antiguos de hace entre 6800 años y 14.000, y han comparado el de los habitantes de zonas de altitud elevada y de altitud baja en poblaciones prehistóricas y actuales. Así han visto que las poblaciones andinas de zonas montañosas elevas se establecieron hace entre 9200 y 8200 años, antes de lo que anteriores estudios habían apuntado.
A diferencia de otros grupos humanos que viven en condiciones similares, como los habitantes del Tíbet o de Etiopía, los andinos se adaptaron a la altura mediante mutaciones en genes relacionados con la salud cardíaca. También han visto que su adaptación a las duras condiciones fue de la mano con la domesticación de la patata, un tubérculo que ha sido la base de su dieta durante miles de años. Los científicos han encontrado genes asociados a la digestión del almidón en los habitantes de las regiones de mayor altitud, pero no en aquellos que viven en altitudes más bajas.
El estudio analizó siete genomas antiguos completos de la región del lago Titicaca de la zona montañosa de los Andes peruanos que datan de ente 1800 y 7000 años de antigüedad. Luego compararon los resultados con 64 genomas actuales de poblaciones que viven a altitudes elevadas en la cordillera andina y poblaciones que habitan en zonas de altitud menor.
“Los genomas de estos pueblos nos muestran una adaptación a la hipoxia o falta de oxígeno en el aire; a una digestión de alimentos con almidón, como la patata; y en los genomas actuales, además, hemos visto una clara evidencia de genes de resistencia a las enfermedades europeas”, explica por correo electrónico Mark Aldenderfer, arqueólogo de la Universidad de California, Merced.
“El impacto de la llegada de los colonizadores europeos en el siglo XVI es enorme, mucha gente murió de enfermedades o por agresiones. Pero nuestro descubrimiento demuestra que al menos en las poblaciones que vivían en altitudes elevadas la población no sufrió un declive tan grande como las de altitudes menos elevadas”, añade. Se calcula que la llegada de los europeos diezmó la población indígena americana: acabó con el 90%, mientras que las poblaciones que vivían en la cordillera andina a altitud elevada solo disminuyeron en un 27%, seguramente gracias a las inhóspitas condiciones en que vivían.
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